domingo, 4 de noviembre de 2012


Cuando la vida es menos vida
         Fue en la calle de Alcalá. Subían los coches disparados, nerviosos, adelantándose unos a otros con las primeras prisas y las primeras palabras fuertes de la mañana.
            Todos tenían afán por llegar, por sentarse cuanto antes en el sillón de la oficina para atender consultas, gestiones… De repente, la invisible barrera del semáforo cortó aquel torbellino. Y entre el enjambre de coches de la izquierda, surgió un monovolumen con una enorme corona de crisantemos.
            Lo miramos todos con extrañeza. ¿Morir? ¿Podía uno morirse en una mañana de sol como aquella? ¿Era posible marcharse con tantas cosas por hacer?
            No le va a nuestro tiempo la muerte. Cada día resulta más anticuada y anacrónica. Se diría que casi no existe. Hay en todos como una tácita obstinación en olvidarla y tal vez lo consiguiéramos si no hiciese esas tremendas asomadas que siembran de muertos las estadísticas.
            Recortamos el luto, viajamos para olvidar y huimos de la soledad como del mismísimo diablo. Es todo un síntoma que resulte tan difícil tomarse un descanso; que todos acudamos a la honrosa evasión del trabajo ¿descansaremos de verdad en estos puentes?
            Si hay algo positivo en todo esto, si se han eliminado convencionalismos, enhorabuena. Al menos hemos ganado en sinceridad. Pero se empieza a echar de menos esa hondura, esa cuarta dimensión que el trasfondo de lo eterno pone en todas las cosas.
            En otros tiempos, místicos y poetas se robaban letrillas que hablaban de amor y muerte. Y la muerte era hermana, novia, compañera apasionada. Sí, las gentes morían por la libertad, por la justicia, por el honor, por la fe y hasta por unos ojos. Muy negros, claro está.
            Lo dijo proféticamente Luthero King: “Si no hay razones para morir, la vida no merece vivirse”.
            No es extraño que, al perderse el sentido del más allá, se pierda con él lo mejor del arte y de la poesía, el gusto por las pausas serenas, por los buenos libros y la buena música. Y hasta el tiempo para amar. La falta de lo más profundo nos empobrece. Ya lo advirtió Julián Marías: “La ausencia en nuestra vida de la muerte, hace a la vida menos vida.

            ¡Un abrazo a todos!