Cuando el silencio detenía todas las cosas
Cada año, al llegar la Navidad , busco mis libros preferidos. Para contrarrestar el ambiente comercial y agresivo, tan sin alma, recurro al silencio hasta sentir la verdadera grandeza de estas fechas, en las que el cielo se desploma sobre la tierra. ¿No requiere esa grandeza un inmenso silencio?
Hay un texto que me gusta cada día más. Y es que hay algo especial en los grandes silencios que nos llegan del corazón del tiempo. Creo que los más extraordinarios son los que, a fuerza de silencio, nos hacen tocar la eternidad.
Es lo que ocurre con esas irrupciones del Espíritu que va por libre. Es un don reconocido por Ives Congar, uno de grandes teólogos: El silencio es el lenguaje de Dios
Ya el tema del silencio, fascinó a Luís de Góngora, que encandiló a, García Lorca, y a todos los grandes poetas del 27. Habla del silencio en un famoso “villancico”. “Cuando el silencio tenía todas las cosas del suelo…”. Cuando todo se queda quieto. Góngora lo ve como la Biblia. Narra ese instante, del corazón de la noche, cuando el impresionante silencio del cielo se unió al de la tierra ante el asombro de las estrellas.
El silencio único del nacimiento lo detiene todo. Es como una especie de “quedarse en blanco”. Pero volviendo a mi libro, “Protoevangelio de Santiago”, me gusta más cuando el silencio se produce en pleno día.
No me canso de leerlo, dándole vueltas a su extraña simplicidad. Este año lo hago con vosotros de nuevo, cuando los altavoces comerciales del Jabugo a todas horas son ya una pelma que no se aguanta.
“Y al llegar a la mitad del camino, dijo María, “Bájame, porque el fruto de mis entrañas pugna por venir a luz”. “¿Dónde podría yo llevarte para resguardar tu pudor? porque estamos al descampado”.
Y yo, José, me eché a andar, pero no podía avanzar; y al elevar mis ojos al espacio, me pareció ver como si el aire estuviera estremecido de asombro; y cuando fijé mi vista en el firmamento, lo encontré estático y los pájaros del cielo inmóviles.
Y al dirigir mi mirada hacia la tierra, vi un recipiente en el suelo y unos trabajadores echados en actitud de comer, con sus manos en la vasija.
Pero los que parecían estar en actitud de tomar la comida, no la sacaban del plato; y, los que parecían introducir los manjares en la boca, no lo hacían, sino que todos tenían sus rostros mirando hacia arriba.
También había unas ovejas que iban siendo arreadas, pero no daban un paso sino que estaban paradas, y el pastor levantó su diestra para bastonearlas con el cayado, pero quedó su mano tendida en el aire.

Ojalá este silencio, lo experimentemos todos alguna vez. Ojalá podamos decir ¡por favor que nada se mueva!
Os deseo unas Fiestas, trufadas de hermosos silencios. ¡Y os libero de los borregos hasta el año que viene!
Os deseo unas Fiestas, trufadas de hermosos silencios. ¡Y os libero de los borregos hasta el año que viene!