jueves, 22 de diciembre de 2011

Cuando el silencio detenía  todas las cosas

Cada  año, al llegar la Navidad, busco mis libros  preferidos. Para contrarrestar el ambiente comercial y agresivo, tan sin alma, recurro al silencio hasta sentir la verdadera grandeza de estas fechas, en las que el cielo se desploma sobre la tierra. ¿No requiere esa grandeza un inmenso silencio?
Hay un texto que me gusta cada día más. Y es que hay algo especial en los grandes silencios que nos llegan del corazón del tiempo. Creo que los más extraordinarios son los que, a  fuerza de silencio, nos hacen tocar  la eternidad.
Es lo que ocurre con esas irrupciones del Espíritu que va por  libre. Es un  don reconocido por Ives Congar, uno de grandes teólogos: El silencio es el lenguaje de Dios
Ya el tema del silencio, fascinó a Luís de Góngora, que encandiló a, García Lorca, y a todos los grandes poetas del 27. Habla del silencio en un famoso “villancico”. “Cuando el silencio tenía todas las cosas del suelo…”. Cuando todo se queda quieto. Góngora lo ve como la Biblia. Narra ese instante, del corazón de la noche, cuando el impresionante silencio del cielo se unió al de la tierra ante el asombro de las estrellas.
El silencio único del nacimiento lo detiene todo. Es como una especie de “quedarse en blanco”. Pero volviendo a mi libro, “Protoevangelio de Santiago”, me gusta más cuando el silencio se produce en pleno día.
No me canso de leerlo, dándole vueltas a su extraña simplicidad. Este año lo hago con vosotros de  nuevo, cuando los altavoces comerciales del Jabugo a todas horas son ya una pelma que no se aguanta.
Y al llegar a la mitad del camino, dijo María, “Bájame, porque el fruto de mis entrañas pugna por venir a luz”. “¿Dónde podría yo llevarte para resguardar tu pudor? porque estamos al descampado”.
            Y yo, José, me eché a andar, pero no podía avanzar; y al elevar mis ojos al espacio, me pareció ver como si el aire estuviera estremecido de asombro; y cuando fijé mi vista en el firmamento, lo encontré estático y los pájaros del cielo inmóviles.
            Y al dirigir mi mirada hacia la tierra, vi un recipiente en el suelo y unos trabajadores echados en actitud de comer, con sus manos en la vasija.
            Pero los que parecían estar en actitud de tomar la comida, no la sacaban del plato; y, los que parecían introducir los manjares en la boca, no lo hacían, sino que todos tenían sus rostros mirando hacia arriba.
            También había unas ovejas que iban siendo arreadas, pero no daban un paso sino que estaban paradas, y el pastor levantó su diestra para bastonearlas con el cayado, pero quedó su mano tendida en el aire.
            Y, al dirigir mi vista hacia la corriente del río, vi cómo unos cabritillos ponían en ella sus hocicos, pero no bebían. En una palabra, todas las cosas eran un momento apartadas de su curso normal”.
Ojalá este silencio, lo experimentemos todos alguna vez. Ojalá podamos decir ¡por favor que nada se mueva!
           Os deseo unas Fiestas, trufadas de hermosos silencios. ¡Y os libero de los borregos hasta el año que viene!
                                                                                               

viernes, 16 de diciembre de 2011

     
                   Navidad, Dios con Nosotros
 
En contra de lo que muchos creen, nuestro tiempo es de los más sinceros y llenos de inquietudes que se ha dado en la Historia. Es un síntoma formidable el interés que la opinión pública despiertan ciertos temas. Junto a la superficialidad y el sensacionalismo inevitables, nunca hemos sentido tan nuestro a Dios en apariencias ausente.

Nunca el prestigio de los Papas se atrevió a tanto. Cuando Benedicto XVII dijo en el Bundestag que los políticos sin valores morales podían convertirse en un grupo de bandoleros, todos le entendimos.

No es extraño que la gente se emocione al sentir a Dios tan cerca y deseen encontrarlo en si vida diaria. ¿Y qué mejor tiempo que la Navidad? Dios que viene a nosotros. Dios con nosotros. Dios que nos acompaña en el trabajo, en el metro y en la calle, que quiere seguirnos en la cola del autobús, en las aburridas antesalas de los dentistas, durante las compras y en las reuniones de familia.

Hasta en las instituciones empiezan a echar de menos a Dios cuando hablan de la ausencia  de moral. Yo me río al leer desde la prensa de izquierda cómo se lamenta la ausencia de moral ante el clima de corrupción que nos envuelve: “Desprenderse de un exceso de ganga doctrinaria, dice un editorial importante, no implica que haya que prescindir de la moral que un día alentó el proyecto que llevó a los socialistas al poder. ¿Quién no recuerda  los “cien años de honradez” de Pablo Iglesias?

Paradójicamente, tras los discursos  aparece constantemente una exigencia de moral, de valores. Esto ocurre también en Europa y en la prensa norteamericana donde se pide la moral pública y su enseñanza, en congresos y reuniones de alto nivel.

Se habla de moral laica,  ¿pero qué moral?, ¿en nombre de qué o de quien, los que ambicionan el poder o el dinero dejan de meter las manos en la masa? En los millones fáciles, en las ganancias desorbitantes de la droga y la prostitución con beneficios de tan dudosa procedencia.

Si no es por algo tan serio, tan vivo, tan cercano y personal como Dios no vale la pena quedarse al margen del maratón de los arribistas. ¿Os parece que exagero?

Lo que sí creo es que ser cristiano como Dios manda, de los pies a la cabeza, resulta tremendamente difícil. Pero están ahí las manos de Dios tendidas hacia nosotros, manos que nos desean insistentes y manos que nos tocan esta Navidad. También nosotros podemos encontrarle. Está sobre todo en las gentes, en la alegría de los niños, la felicidad de los padres, el compás de espera de los ancianos… Está en tanto dolor y tristeza como asoman también a los ojos. En todos los recuerdos y ausencias que nos invaden estos días.




Regalos increíbles para tiempos 
de crisis

Ya está bien de ser pelma o retro. Olvídese del jamón, de los polvorones y el champán. Regale cosas originales. Regale tiempo, regale felicidad, regale armonía, regale llamadas de teléfono, regale cartas largas, regale buenas noticias… Hay cientos de ideas para regalar y se adaptan, además, a cualquier presupuesto.

Cómo se regala tiempo
Se coge la agenda, se marca un número y se dice: Mira chico/a, estamos en fiestas y esto hay que mojarlo. Nos vamos a comer, sin prisas, a un sitio que esté bien y a charlar, a recordar... La juerga corre de mi cuenta, que está intacta la extra. La fórmula sirve para la cena, té, vinos... Pero nunca con prisas.

Cómo regalar felicidad
En principio, poniendo usted buena cara. Saludando, preguntando, interesándose por los que le rodean, invitando, andando, que es gerundio. Regalar felicidad está tirado, porque la felicidad es lo más relativo del mundo. Recuerde aquel pastor cuya máxima felicidad era un tazón de sopas con leche. Para otros será un paseo tranquilo en solitario o una buena película. O aparecer con un centollo en casa, o con castañas calentitas. ¡Hay tantas cosas que pueden hacernos felices!

Cómo se regalan “paces”
Paces, no paz. Aunque la paz esté tras las paces. En una palabra: ponerse de acuerdo para “hacer las paces”. Para regalar consenso hay que ceder, hay que echarle valor a la cosa y tomar la iniciativa a base de: “¡Pero qué tontería!”, “¡Pero cómo te dije yo aquello!”, “¡Pero cómo se me ocurriría esa memez!”. Le echa usted gracia al asunto y a fumarse la pipa de la paz en un restaurante de cuatro tenedores. Una tasquita con encanto también vale.

Cómo regalar llamadas telefónicas
A base de teléfono, claro está. Repasando la lista de parientes y amigos, de amistades sociales, de personas queridas a las que esta vida aperreada nos impide rozar. La tía viejecita, la prima lejana, la cuñada y viuda, por más señas. El truco es hacerse el encontradizo telefónicamente para no despertar sospechas. Se hace una crucecita junto a cada persona de la lista y, al final, un ligero grito de victoria a lo Tarzán.

Cómo regalar cartas largas y sencillas
Para esto hay que atarse a la pata de la  mesa  provistos de bolígrafo y papel. A las personas de edad, a todas las que se encuentran marginadas de nuestra vida meteórica, les encantará saber que nos sentamos a escribirles, que les dedicamos nuestro tiempo en exclusiva. Que sabemos que están ahí, que existen para nosotros… Recuérdelo, no un simple christmas. No “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”. Una carta, y larga, contando con sencillez cosas divertidas.

Cómo regalar autoestima
Tire a la papelera los libros de autoestima barata y póngase la mano derecha sobre el corazón. Desde ahí, haga memoria y piense quien puede necesitarle: problemas, decepciones, estrés, soledad. Ahí está su regalo. Desde el fondo del alma, escuche: "Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida…" Cita simpática y usted es la mejor psicóloga del mundo. Copa y tapas.

lunes, 5 de diciembre de 2011

 ¿Dónde los hombres?             

                         El derroche del sector público

Según los datos del INE, las Administraciones públicas tenían 2.760.000 funcionarios en abril de 2004, cuando Zapatero llegó al poder, y, a finales de septiembre de 2011, empleaban a 3.220.000 personas. Por lo tanto, la cuenta es muy sencilla: la plantilla ha crecido en 460.000 funcionarios en las dos legislaturas en las que han gobernado los socialistas.

Aunque no existen datos fiables, no es aventurado decir que en estos siete años y medio se han creado cientos de empresas públicas y que las diferentes Administraciones  han contratado miles de asesores y técnicos. Como consecuencia de ello, el coste de personal de las Administraciones Públicas se ha incrementado en unos 50.000 millones de euros desde el año 2004.

No hace falta ser un experto para darse cuenta de que este ritmo de incremento del número de funcionarios -muy por encima del aumento de la población y del crecimiento del PIB- es totalmente insostenible. Por el contrario, la necesidad de recortar el gasto público para cumplir con los compromisos asumidos por la UE obliga no sólo a paralizar la contratación de nuevo personal, sino además a reducir su número absoluto.

Resulta, por ello, de sentido común los mensajes lanzados por Rajoy a los presidentes autonómicos del PP a terminar con las duplicidades que existen con otras Administraciones, a reducir el tamaño del sector público y a políticas de austeridad en los gastos.

Cualquier persona sensata podría suscribir estas recomendaciones, pero la realidad es que los sucesivos Gobiernos de Zapatero han hecho lo contrario y son, por tanto, responsables de este crecimiento insostenible pese al agravamiento de la crisis.

No sólo se ha producido un injustificable aumento de las plantillas. Se unen las políticas de despilfarro de las Administraciones del Estado, que han hecho inversiones faraónicas en obras de dudosa o nula utilidad y han derrochado el dinero en coches oficiales, viajes innecesarios, mobiliario y gastos suntuarios.

Lo peor de todo es que nadie se ha hecho responsable de estos despropósitos. ¿Por qué no se busca a los responsables con nombre y apellidos?

Zapatero ha dado empleo a 460.000 funcionarios más, pero muy pocos españoles piensan que los servicios públicos funcionan hoy mejor que en 2004. Lo único cierto es que existe una mayor burocracia. De eso no hay duda. Todos con la pesadilla de Larra: “Vuelva usted mañana”.

¿Pero dónde están los 460 funcionarios que sobran?
Aterra pensar que para justificar su presencia los ciudadanos tengamos que dar mil vueltas en trámites increíbles. Las Autonomías lo saben bien. ¿Y así piensan crear empleo?

Unos profesionales han montado un centro de Rehabilitación con gran éxito. Tuvieron que hacer miles de trámites y al final están trabajando con una misteriosa licencia profesional por dos años. ¡ Es increíble!

¿Por qué no protesta el ciudadano? ¿No hay hombres en España? Solo manadas de borregos recorren la península. Dónde los hombres, donde los hombres, donde los hombres, dónde los hombres, dónde los hombres, dónde los hombres, dónde los hombres, dónde los hombres, dónde los hombres, dónde los hombres. DÓNDE



viernes, 2 de diciembre de 2011

 ¿Dónde los hombres?        

          ¡Cada vez más alto, cada vez  más lejos!

No sé quien dijo que la vida del hombre en esta tierra era un combate. Y no le faltaba razón. Basta leer los periódicos ¡Mamma mia!

Y en todo combate hay tiempos de atacar y tiempos de resistir. A veces, no se avanza y hay que esperar días enteros camuflado en cualquier trinchera.

Para estas dos situaciones, el Espíritu pone en nosotros dos  cualidades del don de Fortaleza que nos animan a luchar. Lo malo es que tienen nombres algo raros: Magnanimidad y longanimidad. La culpa es del latín. Realmente, solo quieren decir que todos necesitamos grandeza de espíritu y ánimo largo, toda la correa para arrimar el hombro y aguantar cuando el resultado tarda en venir.

Hablar de esto parece hoy anacrónico. Y es porque nos enga­ñan, porque sigue en marcha la idea  burguesa,  y optimista de que aquí no pasa nada. Estamos en el “buenísmo” de  Zapatero.

Y esto, aunque la reali­dad lo desmienta. Basta ver, en la pequeña pantalla, el mal en todas sus formas: abortos, genocidios, guerras injustas, terrorismo, hambre, pedofília… Es el mal que los hombres hacemos y pa­decemos. Pero nadie hace nada por evitarlo.

¿No buscamos todos lo «bajo en calorías», lo «descafeinado»? El hombre «light» ¿cómo va a hablar de lucha? Pero, «el reino de los Cielos padece violencia y sólo los que se esfuerzan lo alcanzan». Es palabra de Dios. Y los que amamos, los que sabemos, además, que «lo que mucho vale, mucho cuesta» debemos acoger con alegría el riesgo del Amor. Esto es la Magnanimidad: «El compromiso que el espíritu se impone de tender voluntariamente a las cosas grandes». Es hasta bonito.

El valiente que tiene alma grande se lanza a lo que es grande. La gloria de Dios es lo suyo. Y, lo curioso es comprobar, a veces, que la mayor fuerza del bien se revela en la impotencia... ¡Nos dan en  los dos carrillos!

¿Cualidades de éstos valientes? Sinceridad y honradez a toda prue­ba. Todo, antes que callar la verdad. Huir, como de la peste, de hacer la pelota y otras actitudes similares. Una confianza casi provocadora y una calma perfecta.
 No se rinden, aunque la confusión flote en el ambiente. No son esclavos de nadie. ¿Bonito, verdad?

Y ¡atención! esta preferencia apasionada por lo grande, es hermana de la sencillez. Nada de qué fardar. ¡Pero ya todo el poder de la Resurrección es nuestro!  “Seréis mis testigos. Hasta haréis cosas mayores que las que hice yo”.

En consecuencia, podemos volar sin preocupacio­nes y hasta hacer nuestro, con la fuerza de Dios, el lema de aquella compañía aérea: «Cada vez más alto, cada vez más rápido, cada vez más lejos».

No lo entendía así la madre del piloto que le aconsejaba al despedirse: «Hijo mío, vuela bajo y despacio». A esta sufridora de angustiosas esperas -que pedía un desastre- le hacía falta el ánimo largo. Ese otro regalo del Espíritu que nos da fuerza para lo bueno aunque haya que esperar… 

Sentados, claro está. Es el empuje que necesitamos en esas situaciones que van «para rato». Todos conocemos enferme­dades, problemas, circunstancias familiares que parecen in­terminables. No hablemos del paro. Clamamos. Cuánto tiempo, cuánta espera… Se nos pone corazón de salmo.

Pero sentimos la fuerza de Dios. Y salimos a  la calle, cada mañana, para contar que Dios ama al hombre, simplemente con el testimonio de nuestra vida, de nuestra alegría.
Hay un salmo muy hermoso que muchos hemos cantado en Teizé: “El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción”. ¡Todos a cantar!


Sí, borregos que cruzáis la Península, a ver si servís para algo. Al menos abrid la boca. O la vida. Pero ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? ¿dónde los hombres? DÓNDE


           


jueves, 1 de diciembre de 2011

 ¿Dónde los hombres?                        
                      
                          Saltar al infinito

Pequeños peces un poco aburridos. Eso somos nosotros. Cubiertos de lentejuelas rojas podemos lucir dando vueltas en una pecera de cristal, sin saber que hay mares abiertos.

Porque existe el infinito, Zubiri, ¡oh maravilla! define al hombre como “esencia abierta”. ¿Podemos seguir girando sobre nosotros mismos, hechos como estamos al infinito?

Todo esto es más real de lo que parece. Las complicaciones empiezan porque, psicológicamente, no resulta fácil salir del rum-rum de la monotonía. Una de mis amigas me contó su curiosa experiencia. Tenía una bola de cristal, donde un pez rojo daba vueltas y vueltas, incansable.  Decidió limpiar la pecera y ¡sorpresa! Al echarlo en la bañera, a pesar de la amplitud de su nueva vivienda, el pez seguía dando las mismas vueltas.
           
Es asombrosa la facilidad que todos tenemos para encerrarnos en nuestras propias limitaciones, para movernos en ese pequeño círculo que, casi siempre, hemos creado nosotros mismos. Por miedo, por rutina o timidez, procuramos ahorrarnos obstáculos imaginarios y damos vueltas sobre nosotros mismos como el pez rojo.
           
Un día, en plena crisis de adolescencia, noté que mi madre, con enorme  sentido común, andaba siempre diciendo verdades como puños. Y nunca fallaba. Pero eran siempre las mismas. Al pensarlo, tuve  una  rara sensación de claustrofobia ¿moriríamos  con nuestras verdades de  toda la  vida? Me parecía más  propio del  pez rojo.
           
A veces ocurre también  que pactamos con la mediocridad, cuando bastaría un pequeño esfuerzo —una visión más amplia de la vida— para descubrir horizontes maravillosos, para nadar como peces libres.

Casi todos conocemos alguna de esas personas acomplejadas que, voluntariamente, apuestan por el fracaso. Claro que un ser humano "encogido" necesita más espíritu de iniciativa que el de un pez, por muy rojo que sea.

Pero hay que abrirse. La vida es más amplia de lo que pensamos. Resulta a veces difícil, corta quizás, ¡pero es tan ancha!      

De tanto pensarlo me puse a soñar o tal vez fue el aburrimiento de pasar todos los días, a la misma hora, por la misma calle. De repente, lo vi. En el escaparate de una tienda de diseño, un pez rojo rompía materialmente la pecera en busca del infinito.
             
Cada día me paraba a contemplarlo. Al fin, entré. Para que entendiera mi entusiasmo, le conté a la dependienta, la historia del pez de mi amiga.  Yo lo había descrito encerrado en una pecera y ahora estaba allí saltando al vacío.

 “Por favor, envíeme su artículo”. Lo asombroso es que la historia del pez que abandonó la pecera se extiende a oleadas. Y como el pez acabó en mi casa, nadie se libra de la explicación de su insólito salto. Es otra manera de evangelizar.

El diseño era tan original que quise conocer al autor. Tras una larga inspección, descubrí unas letras diminutas grabadas en el cristal. ¡Google que te quiero! Un aluvión de imágenes bonitas inundó el ordenador. Era una diseñadora italiana que vive en París. Curiosamente, había bautizado esta pecera con un breve título: Sin límites.

Increíble para un sencillo pez rojo y más increíble aún la sesión de fotos posterior. Rosa, la periodista que me ayuda, trajo a su amiga Laura, fotógrafa profesional. El salón se llenó de focos, telas, trípodes, mesas sobre mesas. Laura subida a la silla y Rosa sosteniendo la pecera. De repente, a punto de terminar, nos asaltó una espectacular puesta de sol, a modo de incendio, entre los árboles del Retiro. Ante la maravilla infinita de la creación que nos asombraba, recité, sin saber por qué, la hermosa canción inglesa:

“Digno eres, digno eres Señor… Porque, Tú, Señor, lo has creado todo y Tú, me has creado a mí. Y porque existen todas las cosas, digno eres, Señor”.

No estaba el Espíritu lejos de allí. Hasta el pez parecía más vivo y como si quisiera saltar hacia nosotras. Ahora solo falta localizar a la diseñadora en París y que siga asombrándose, como Laura, como Rosa, como yo misma. Y que siga corriendo esta increíble historia.

Por lo pronto, hemos decidido que “saltar al infinito”, al espacio abierto donde espera Dios, podía ser un buen lema para este problemático Año Nuevo de la crisis. Sería el año de la fe, de lo que un valiente pez rojo puede hacer. Saltaremos limpiamente rompiendo el cristal de nuestros blindajes, de las seguridades que nos mantienen acartonados, encerrados en nuestra eterna vuelta al ombligo.

Dios mío, volare, salir en puro salto a lo que no conoce límites. Saltar al infinito, donde el mar se confunde con el cielo. Donde Tú estás.


                                                          

"Un corazón solitario no es un corazón"


Todos los sociólogos, todas las encuestas coinciden. Las fronteras psicológicas y geográficas desaparecen en Europa y pronto en el mundo entero. Pero los ciudadanos no dejan por eso de encerrarse en su caparazón, como el cangrejo ermitaño. Lo primero es el confort, la seguridad, el consumo compulsivo. Aparatos mágicos, muebles cómodos, cocinas maravillosas y cuartos de baño de cine, lugares privilegiados para ocuparse de uno mismo.

Se hacen cada vez menos esfuerzos para la vida en  común, ¡horror a lo colectivo!                                     Un mínimo vital se lo lleva el trabajo, y lo demás se delega en hombres políticos, en los que nadie cree. Entonces surgen los “gurús” economistas, banqueros, ejecutivos con buena facha que inundan la prensa, con sus predicciones pero que no tienen la clave de nuestros problemas. Véase el desastre económico que padecemos.

En realidad, sólo reaccionamos cuando tenemos algo que perder. O cuando nos tocan el bolsillo. “¡Poderoso caballero es Don Dinero!” Más que compatriotas europeos, americanos o asiáticos, somos concurrentes. La gente se integra cada vez menos, los lazos sociales se limitan a lo funcional.

Por eso es hora de recordar con urgencia a Antonio Machado: “Poned atención, un corazón solitario no es un corazón”. Le hemos tomado el pulso a nuestro yo egoísta para ver si suena allí dentro el tic-tac acompasado de la sangre. Hay, por desgracia, muchos corazones de piedra. Corazones insensibles de los que sólo viven para sí mismo. Corazones que secó el odio, la ambición o la envidia y que no entenderán la Navidad aunque la tengamos ya en la calle.
   
Pero si de verdad vivimos en una sociedad global hay que hacerse al manejo de los pronombres: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos... Aprender que el mundo está lleno de personas con los mismos intereses, alegrías y preocupaciones: personas a las que nos unen  lazos de sangre, de patria, de fe.

¡Nosotros! todos los hombres del mundo, toda la gente a quien ha tocado vivir la incertidumbre y los azares de nuestro tiempo. Si somos honrados, si sentimos la fraternidad espiritual y humana, este “nosotros” tendría que quitarnos, más de una vez, el sueño.

Ante las catástrofes que nos sorprenden, casi siempre en los países  más pobres, cada uno debería repetirse la frase de Ungaretti: “Con llanto, sólo mío, no lloraré jamás”.

Nuestro llanto sólo, nuestro sólo dolor, abarcando todo el campo visual, es algo gigantesco, insoportable. Pero junto a todo el dolor del mundo, cada persona sentiría vergüenza. Vergüenza de su llanto solo.

 ¡Todos a compartir!