jueves, 1 de diciembre de 2011


                                                          

"Un corazón solitario no es un corazón"


Todos los sociólogos, todas las encuestas coinciden. Las fronteras psicológicas y geográficas desaparecen en Europa y pronto en el mundo entero. Pero los ciudadanos no dejan por eso de encerrarse en su caparazón, como el cangrejo ermitaño. Lo primero es el confort, la seguridad, el consumo compulsivo. Aparatos mágicos, muebles cómodos, cocinas maravillosas y cuartos de baño de cine, lugares privilegiados para ocuparse de uno mismo.

Se hacen cada vez menos esfuerzos para la vida en  común, ¡horror a lo colectivo!                                     Un mínimo vital se lo lleva el trabajo, y lo demás se delega en hombres políticos, en los que nadie cree. Entonces surgen los “gurús” economistas, banqueros, ejecutivos con buena facha que inundan la prensa, con sus predicciones pero que no tienen la clave de nuestros problemas. Véase el desastre económico que padecemos.

En realidad, sólo reaccionamos cuando tenemos algo que perder. O cuando nos tocan el bolsillo. “¡Poderoso caballero es Don Dinero!” Más que compatriotas europeos, americanos o asiáticos, somos concurrentes. La gente se integra cada vez menos, los lazos sociales se limitan a lo funcional.

Por eso es hora de recordar con urgencia a Antonio Machado: “Poned atención, un corazón solitario no es un corazón”. Le hemos tomado el pulso a nuestro yo egoísta para ver si suena allí dentro el tic-tac acompasado de la sangre. Hay, por desgracia, muchos corazones de piedra. Corazones insensibles de los que sólo viven para sí mismo. Corazones que secó el odio, la ambición o la envidia y que no entenderán la Navidad aunque la tengamos ya en la calle.
   
Pero si de verdad vivimos en una sociedad global hay que hacerse al manejo de los pronombres: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos... Aprender que el mundo está lleno de personas con los mismos intereses, alegrías y preocupaciones: personas a las que nos unen  lazos de sangre, de patria, de fe.

¡Nosotros! todos los hombres del mundo, toda la gente a quien ha tocado vivir la incertidumbre y los azares de nuestro tiempo. Si somos honrados, si sentimos la fraternidad espiritual y humana, este “nosotros” tendría que quitarnos, más de una vez, el sueño.

Ante las catástrofes que nos sorprenden, casi siempre en los países  más pobres, cada uno debería repetirse la frase de Ungaretti: “Con llanto, sólo mío, no lloraré jamás”.

Nuestro llanto sólo, nuestro sólo dolor, abarcando todo el campo visual, es algo gigantesco, insoportable. Pero junto a todo el dolor del mundo, cada persona sentiría vergüenza. Vergüenza de su llanto solo.

 ¡Todos a compartir!

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