jueves, 1 de diciembre de 2011

 ¿Dónde los hombres?                        
                      
                          Saltar al infinito

Pequeños peces un poco aburridos. Eso somos nosotros. Cubiertos de lentejuelas rojas podemos lucir dando vueltas en una pecera de cristal, sin saber que hay mares abiertos.

Porque existe el infinito, Zubiri, ¡oh maravilla! define al hombre como “esencia abierta”. ¿Podemos seguir girando sobre nosotros mismos, hechos como estamos al infinito?

Todo esto es más real de lo que parece. Las complicaciones empiezan porque, psicológicamente, no resulta fácil salir del rum-rum de la monotonía. Una de mis amigas me contó su curiosa experiencia. Tenía una bola de cristal, donde un pez rojo daba vueltas y vueltas, incansable.  Decidió limpiar la pecera y ¡sorpresa! Al echarlo en la bañera, a pesar de la amplitud de su nueva vivienda, el pez seguía dando las mismas vueltas.
           
Es asombrosa la facilidad que todos tenemos para encerrarnos en nuestras propias limitaciones, para movernos en ese pequeño círculo que, casi siempre, hemos creado nosotros mismos. Por miedo, por rutina o timidez, procuramos ahorrarnos obstáculos imaginarios y damos vueltas sobre nosotros mismos como el pez rojo.
           
Un día, en plena crisis de adolescencia, noté que mi madre, con enorme  sentido común, andaba siempre diciendo verdades como puños. Y nunca fallaba. Pero eran siempre las mismas. Al pensarlo, tuve  una  rara sensación de claustrofobia ¿moriríamos  con nuestras verdades de  toda la  vida? Me parecía más  propio del  pez rojo.
           
A veces ocurre también  que pactamos con la mediocridad, cuando bastaría un pequeño esfuerzo —una visión más amplia de la vida— para descubrir horizontes maravillosos, para nadar como peces libres.

Casi todos conocemos alguna de esas personas acomplejadas que, voluntariamente, apuestan por el fracaso. Claro que un ser humano "encogido" necesita más espíritu de iniciativa que el de un pez, por muy rojo que sea.

Pero hay que abrirse. La vida es más amplia de lo que pensamos. Resulta a veces difícil, corta quizás, ¡pero es tan ancha!      

De tanto pensarlo me puse a soñar o tal vez fue el aburrimiento de pasar todos los días, a la misma hora, por la misma calle. De repente, lo vi. En el escaparate de una tienda de diseño, un pez rojo rompía materialmente la pecera en busca del infinito.
             
Cada día me paraba a contemplarlo. Al fin, entré. Para que entendiera mi entusiasmo, le conté a la dependienta, la historia del pez de mi amiga.  Yo lo había descrito encerrado en una pecera y ahora estaba allí saltando al vacío.

 “Por favor, envíeme su artículo”. Lo asombroso es que la historia del pez que abandonó la pecera se extiende a oleadas. Y como el pez acabó en mi casa, nadie se libra de la explicación de su insólito salto. Es otra manera de evangelizar.

El diseño era tan original que quise conocer al autor. Tras una larga inspección, descubrí unas letras diminutas grabadas en el cristal. ¡Google que te quiero! Un aluvión de imágenes bonitas inundó el ordenador. Era una diseñadora italiana que vive en París. Curiosamente, había bautizado esta pecera con un breve título: Sin límites.

Increíble para un sencillo pez rojo y más increíble aún la sesión de fotos posterior. Rosa, la periodista que me ayuda, trajo a su amiga Laura, fotógrafa profesional. El salón se llenó de focos, telas, trípodes, mesas sobre mesas. Laura subida a la silla y Rosa sosteniendo la pecera. De repente, a punto de terminar, nos asaltó una espectacular puesta de sol, a modo de incendio, entre los árboles del Retiro. Ante la maravilla infinita de la creación que nos asombraba, recité, sin saber por qué, la hermosa canción inglesa:

“Digno eres, digno eres Señor… Porque, Tú, Señor, lo has creado todo y Tú, me has creado a mí. Y porque existen todas las cosas, digno eres, Señor”.

No estaba el Espíritu lejos de allí. Hasta el pez parecía más vivo y como si quisiera saltar hacia nosotras. Ahora solo falta localizar a la diseñadora en París y que siga asombrándose, como Laura, como Rosa, como yo misma. Y que siga corriendo esta increíble historia.

Por lo pronto, hemos decidido que “saltar al infinito”, al espacio abierto donde espera Dios, podía ser un buen lema para este problemático Año Nuevo de la crisis. Sería el año de la fe, de lo que un valiente pez rojo puede hacer. Saltaremos limpiamente rompiendo el cristal de nuestros blindajes, de las seguridades que nos mantienen acartonados, encerrados en nuestra eterna vuelta al ombligo.

Dios mío, volare, salir en puro salto a lo que no conoce límites. Saltar al infinito, donde el mar se confunde con el cielo. Donde Tú estás.

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