Navidad, Dios con Nosotros
En contra de lo que muchos creen, nuestro tiempo es de los más sinceros y llenos de inquietudes que se ha dado en la Historia. Es un síntoma formidable el interés que la opinión pública despiertan ciertos temas. Junto a la superficialidad y el sensacionalismo inevitables, nunca hemos sentido tan nuestro a Dios en apariencias ausente.
Nunca el prestigio de los Papas se atrevió a tanto. Cuando Benedicto XVII dijo en el Bundestag que los políticos sin valores morales podían convertirse en un grupo de bandoleros, todos le entendimos.
No es extraño que la gente se emocione al sentir a Dios tan cerca y deseen encontrarlo en si vida diaria. ¿Y qué mejor tiempo que la Navidad? Dios que viene a nosotros. Dios con nosotros. Dios que nos acompaña en el trabajo, en el metro y en la calle, que quiere seguirnos en la cola del autobús, en las aburridas antesalas de los dentistas, durante las compras y en las reuniones de familia.
Hasta en las instituciones empiezan a echar de menos a Dios cuando hablan de la ausencia de moral. Yo me río al leer desde la prensa de izquierda cómo se lamenta la ausencia de moral ante el clima de corrupción que nos envuelve: “Desprenderse de un exceso de ganga doctrinaria, dice un editorial importante, no implica que haya que prescindir de la moral que un día alentó el proyecto que llevó a los socialistas al poder. ¿Quién no recuerda los “cien años de honradez” de Pablo Iglesias?
Paradójicamente, tras los discursos aparece constantemente una exigencia de moral, de valores. Esto ocurre también en Europa y en la prensa norteamericana donde se pide la moral pública y su enseñanza, en congresos y reuniones de alto nivel.
Se habla de moral laica, ¿pero qué moral?, ¿en nombre de qué o de quien, los que ambicionan el poder o el dinero dejan de meter las manos en la masa? En los millones fáciles, en las ganancias desorbitantes de la droga y la prostitución con beneficios de tan dudosa procedencia.
Si no es por algo tan serio, tan vivo, tan cercano y personal como Dios no vale la pena quedarse al margen del maratón de los arribistas. ¿Os parece que exagero?
Lo que sí creo es que ser cristiano como Dios manda, de los pies a la cabeza, resulta tremendamente difícil. Pero están ahí las manos de Dios tendidas hacia nosotros, manos que nos desean insistentes y manos que nos tocan esta Navidad. También nosotros podemos encontrarle. Está sobre todo en las gentes, en la alegría de los niños, la felicidad de los padres, el compás de espera de los ancianos… Está en tanto dolor y tristeza como asoman también a los ojos. En todos los recuerdos y ausencias que nos invaden estos días.
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