¿Dónde los hombres?
Un estallido de esperanza Vivimos una crisis sin precedentes, económica, política, de valores humanos…Todos tendríamos razones para manifestarnos…
De acuerdo. Puestos a protestar, protestemos, arreglemos de una vez este mundo paradójico y trastornado. Y como no parece empresa fácil, tratemos de arreglarnos nosotros mismos. Hagamos lo que todo el mundo pide al PSOE y a todos los partidos, renovarse,
Miren por dónde, estamos en la mejor época del año para entrar a saco: el Adviento. Difícilmente encontraríamos un tiempo más combativo, más revolucionario y esperanzado.
¿No hay un estallido de esperanza en toda conversión? Sí, hay que renovarlo todo, porque Dios viene, porque está a punto de llegar. El lo trastorna todo, pasa —en frase de un autor—“como la reja de un arado que arranca las raíces y rotura la tierra: o es eso en nuestra vida, o no es nada”.
Pero la tierra es dura, el arado no acaba de entrar, necesitamos esa especie de terremoto que nos predicen en estos días. «Los montes y todos los collados serán abatidos; los caminos tortuosos enderezados; los senderos ásperos, allanados». Toda una obra de ingeniería que más de alguno estamos necesitando a gritos.
Andamos todos con la nariz metida en nuestras dificultades, cansados, descontentos. El mundo no anda mucho mejor. ¿Saben las gentes lo que quieren? Los periódicos nos atiborran de noticias dramáticas y tristes. Desde el fondo de los siglos, la historia se repite con una monotonía abrumadora.
Es como si todos nos codeáramos en una misma ansiedad. Cada hombre en su noche, cada hombre en su oscuridad.
Se impone el potente revolcón de la gracia. Por si dudamos de su fuerza, por si tenemos obstáculos poderosos, se nos dice más: «Yo iré delante de Ti y romperé las barras de hierro».¿Cómo quedarse atrás ?
Y es que no hay nada más joven que el Adviento. Un impulso loco parece apoderarse de los libros sagrados. La geografía estalla ante el milagro. “Los cerros saltan como corderos, los valles gritan, se estremecen los desiertos de júbilo, la tierra mana leche y miel”, con los ríos puede hacerse turrón.
Y envolviéndolo todo, la gran misericordia del Señor. Desfilan los desheredados, los pobres, los que siempre se quedan atrás.
Para que entremos todos, no se olvida ningún dolor. “Salid presos y los que andáis en tinieblas, venid a la luz. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y quedaran libres las orejas de los sordos. Entonces el cojo saltará como el ciervo y se desatarán las lenguas de los mudos. No padecerán ni hambre ni sed, ni viento solano… Los guiará el que de ellos se ha compadecido, los llevará a los manantiales…”
Es una continua sorpresa la juventud de los textos de Adviento. Perderse entre ellos puede ser una aventura. Hay allí palabras para nosotros, palabras de Dios que tienen la virtud de curar. Por algo San Pablo nos recuerda en estos días: “Todas las cosas que están escritas para nuestra enseñanza han sido escritas, para que por el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza”.
¿Y quien no necesita en este tiempo un buen remiendo de esperanza?
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